Su sonido rompe el silencio cuando los niños aún descansan.
Después, prudente, acalla su voz para que el protagonismo sea del cautivador griterio de 107 chicos, de la música, de las risas.
Entretanto, mientras no va a ser escuchado, el río nos regala un precioso lugar para el baño, las piscinas naturales de Navaluenga, y la piscina fluvial de Burgohondo.
El paso de las horas nos devuelve la conciencia de su presencia con el frescor que hace agradable el calor de la tarde.
En la noche, el cansancio apaga las voces. Y en el buenas noches, el silencio devuelve el espacio donde el rumor del río recuerda que fue cercanía, aunque no nos percatáramos, en todo lo que hicimos.
Entonces el rumor del río se torna metáfora: de todo lo que es presente en nuestra vida aunque parezca apagado por los ruidos cotidianos.
De lo que está a la espera de poder ser escuchado.
De lo que es perenne.
De Dios.
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